Josep Ramoneda

Filósofo, escritor y periodista. Exdirector del CCCB (Centre de Cultura Contemporània de Barcelona) y director de esa institución desde su fundación en 1989 hasta 2011. Autor de numerosos ensayos de filosofía y filosofía política, entre los que destacan Después de la pasión política (Madrid, Taurus, 1998, con varias reediciones) y recientemente Contra la indiferencia (Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2010). Ha prologado el libro de Jorge Semprún Pensar en Europa (Barcelona, Tusquets, 2006).

Semprún i l’esperit d’Europa
Jueves 22 de marzo de 11.15 a 12.15

Resumen de la ponencia

En el principio está Husserl. La conferencia sobre “La filosofía en la crisis de la humanidad Europea” que Husserl pronunció en Viena en mayo de 1935, en pleno ascenso del nazismo y del comunismo, es una referencia recurrente de la idea de Europa que defiende Semprún. ¿Qué encuentra en este texto? Una disyuntiva fundamental: o Europa pierde su sentido de lo racional, entra en declive, y cae en el odio y la barbarie (cuyo ruido se oye con estridencia en aquellos momentos)o Europa recurre al heroísmo de la razón para superar definitivamente el naturalismo y renace. A Semprún le fascina el valor profético de las palabras de Husserl. Y al mismo tiempo les concede valor fundacional. Husserl sostiene que las familias, las tribus y las naciones de Europa se encuentran en la unidad “de una sola figura espiritual”. Por eso, Europa habrá estado incompleta hasta que se reincorporaron Praga y Cracovia y todas las demás ciudades secuestradas en el Este.

Pero el problema está en la razón. Porque esta misma razón a la que apela Husserl está en el origen de las dos grandes utopías que asolaron física y espiritualmente Europa: el nazismo y el comunismo. Ambas son construcciones de la Europa ilustrada. La apelación irracional a una superación definitiva de las contradicciones –por la vía de la pureza de raza o de la destrucción de las clases opresoras- no quita que ambos edificios estuvieran construidos desde las claves de la razón moderna. Quizás el secreto está en la expresión naturalismo. La revolución como destino natural de la historia y el mal como astucia de la razón. Esta idea del mal como expresión de los dolores de parto del nuevo mundo, como tránsito hacia la solución final es el núcleo central del proceso de transformación de la razón emancipadota en razón opresora. Y en este proceso los crímenes se convierten, para decirlo como Albert Camus, en crímenes de lógica: la fordización del asesinato, la producción masiva de muerte en cadena. Hasta que el momento de paso –el exterminio, la dictadura del proletariado- se convierte en momento de llegada y el sistema queda atrapado en su propia lógica destructiva.

Sobre el descenso a los infiernos del exterminio y de las purgas estalinistas renace el espíritu de Europa. Para ello ha sido necesario atender las voces que venían de la experiencia totalitaria: los que regresaron de la muerte, y sufrieron el miedo y la desconfianza que genera el que llega de un territorio del que no estaba previsto que se saliera y los disidentes del Este, visitantes previstos pero inesperados en la casa de Semprún, cuyos rostros a medida en que fueron siendo reconocidos, levantaron el muro detrás del que se escondía el socialismo real. Se hacía de este modo efectiva la propuesta de Levitas de dejar “que brille el rostro humano en su desnudez”. Porque, tratándose de la humanidad, sólo sobre la desnudez y la vulnerabilidad (Butler) del hombre se puede construir algo medianamente sólido.

Y éste debería ser el espíritu de Europa. Un espíritu contra la guerra civil, es decir, construido sobre el tabú del enfrentamiento entre hermanos. Un espíritu de libre crítica como dice Husserl, de naciones diferentes que aceptan la mutua inseminación y recuperan la diversidad interior perdida. Un espíritu que reconoce y activa positivamente la fragilidad de lo humano, sobre la base del principio de que no todo es posible. Ha sido necesaria la evidencia del mal absoluto para que renaciera un espíritu común de convivencia libre. Por eso Europa carece y carecerá de fronteras definitivas. Es una idea: de gobernarse conforme a los principios de la razón y a la aceptación de la vulnerabilidad del hombre como un activo. Un activo que nos defiende de la guerra, en la que todos pierden, salvo cuando la libertad está en juego, un activo que nos recuerda permanentemente que no todo es posible, que la utopía es algo fuera del mundo –no tiene lugar en el mundo- y que, como decía Canetti, la humanidad sólo está indefensa dónde carece de experiencia y de memoria. Esta idea de experiencia, como manera de entender una historia vivida por ciudadanos que son sujetos y hacen esta historia suya, es la única que nos puede permitir a veces convertir en realidad aquello que parecía irreal. Europa, por ejemplo.

Edmund Husserl, sin embargo, desliza en su famosa conferencia una frase enigmática: “El mayor peligro para Europa es el cansancio...”. ¿Europa tierra gastada? ¿Europa agotada de historia? La curiosidad es motor de conocimiento, la perplejidad alerta, el cansancio inmoviliza. El cansancio significa en esta caso la claudicación, la renuncia al espíritu crítico y a la voluntad de cambio que es la esencia de la razón europea a la que Husserl apela. Y si el cansancio de los años treinta pudo dar paso al totalitarismo de las grandes utopías, el cansancio de los primeros años del tercer milenio podría dar paso al totalitarismo de la indiferencia.